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La voz gitana en las redes sociales. Por Lola Cabrillana [editar]

Si antes ser racista estaba mal visto, ahora las redes han dado un espacio que no solo lo permite, también lo aplaude y lo apoya. Y ante eso, hay que buscar nuevas formas de lucha, nuevas maneras de cambiar las cosas.

30 de Junio de 2024
Lola Cabrillana

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La voz gitana en las redes sociales. Por Lola CabrillanaEl anonimato que aportan las redes sociales ha creado el espacio ideal para determinados discursos de odio y racistas

Pasamos parte de nuestro tiempo de ocio navegando entre las distintas redes sociales. En un par de décadas se han convertido en un lugar indispensable que visitamos con frecuencia y donde es fácil encontrar gente afín a tus gustos y preferencias. En estos espacios, que podrían ser puntos de encuentro, favorecedores del aprendizaje o simplemente generadores de contenidos entretenidos y didácticos, podemos visualizar, con tristeza, focos de movimientos que encuentran un altavoz y un escaparate para mostrar al mundo su racismo más visceral.

Antaño esto era impensable. Ser racista era algo que se llevaba en las entrañas, sin justificación ninguna, sin argumentos que sostuvieran el odio que se volcaba frente a las minorías diversas. Pero en cuanto se expresaba públicamente, en la respuesta a un post o un tuit, una avalancha de críticas lo soterraban, lo ponían en su sitio con argumentos llenos de vida, de solidaridad y empatía. Esto ha cambiado a una situación preocupante, signo inequívoco de lo que ocurre en la sociedad que refleja.

Permítanme que personalice desde aquí, para exponer una realidad que me preocupa con la misma intensidad que me afecta.

En mi perfil siempre había expresado que era gitana, maestra y escritora. Con naturalidad, mostrando las señas de identidad que me definen, tal como lo vivo y lo disfruto se lo muestro al mundo. Nunca hubiese llegado a imaginar que una de esas etiquetas iba a ser una llamada de atención tan potente para que se desarrollara toda una campaña en mi contra.

La primera vez que sentí que las redes eran peligrosas, fue cuando recibí un privado, a los pocos días de hacerme viral con un tuit sobre la gracia del pueblo gitano. Recuerdo leer ese mensaje con una incredulidad que se evaporó con los siguientes, siempre en el mismo tono y con los mismos argumentos vacíos. No tardé mucho en acostumbrarme a levantarme cada día teniendo en la bandeja de entrada varios mensajes con insultos y con algo en común: una bandera de España en alguna parte de la foto de su perfil.

Pero no fue hasta el éxito de la autoedición de mi primera novela, que sentí que las redes sociales no eran tan inofensivas como parecían. Al fin y al cabo, unos mensajes donde se me insultaba (sin mucha creatividad) y amenazaban con hundirme, porque “las gitanas teníamos que estar donde teníamos que estar y no escribiendo libros” no afectaban en demasía a mi futuro de escritora.

Una mañana de agosto, recibí el primer mensaje que despertó todas mis alarmas. Una maestra que había comprado mi libro me mostraba fotos de él. Entre sus páginas había retratos de contenido sexual muy desagradables. No podía creerlo. A este mensaje le siguieron otros. Aunque quité el archivo con rapidez, la plataforma donde estaba alojado, me anunció que los cincuenta siguientes saldrían de la misma manera.

Fue el primer gran golpe de muchos. Me habían pirateado mis claves y habían añadido al libro faltas de ortografía muy llamativas, además de ilustrarlo con imágenes que iban a herir la sensibilidad de quien comprara esas páginas.

Con pesar, lo anuncié en redes sociales. Avisé a los posibles compradores de que los siguientes ejemplares iban a salir con unas taras muy peculiares. Recuerdo que escribí ese tuit con una de las mayores cargas de impotencia que he sentido en mi vida. Pero con la seguridad de que nada ni nadie me iba a desviar de mi camino.

Si en esa ruta trazada me encontraba con personas que eran capaces de hacerme un daño gratuito solo por pertenecer al pueblo gitano, era un indicador de que el activismo y la lucha contra el antigitanismo era más necesaria que nunca.

Para mi sorpresa la campaña de apoyo fue desmesurada. Mis amigos y primos compraron los libros con rapidez, para que se pudiera volver a subir el archivo, limpio, sin errores. Se reforzó la seguridad y seguimos el camino.

No habían conseguido su objetivo.

Pocas semanas después otra chica me avisó de que había comprado mi libro y que la letra del texto era minúscula, casi imposible de leer. De nuevo habían pirateado mis claves, no pudieron tocar el archivo, pero si cambiaron el tamaño de la letra. Con más convicción que antes volví a hacer un comunicado. Y esto hizo que mi libro se viralizara. Si la intención había sido hundirme habían conseguido todo lo contrario.

Después de semanas en el número uno de los más vendidos, comenzaron a llegarme ofertas editoriales. Las estudié y me quedé con la que me ofreció el proyecto más acorde a mis objetivos. Nace así La maestra gitana mi primer libro publicado que se vende en librerías.

Convencida de que una gran editorial me respaldaba y que no sería tan fácil piratearla, comienzo la promoción de mi libro, con una campaña acorde en las redes sociales.

Es entonces cuando el ataque se hace más personal. Y pierdo mi perfil de Twitter. Otra vez había sido víctima del pirateo más absurdo.

No puedo hacer nada para acceder a mi cuenta. No había teléfono al que llamar ni correo que me respondiera. De nuevo son mis seguidores y compañeros los que bloquean a los usurpadores y me ayudan con reclamos públicos a que recupere mi cuenta, unas semanas después.

Con la tranquilidad que da la verificación, continuo con mi activismo, sintiendo que mi cuenta está protegida y que voy a poder seguir realizando mi trabajo.

No calculé que lo peor estaba por llegar.

Cuando La maestra gitana se convierte en un éxito en ventas, un vídeo comienza a viralizarse. En él, un grupo de personas queman mi libro, como si fuera el mismo demonio. Lo más aterrador es el mensaje que se oye. No me van a permitir que triunfe. “Qué España se nos está quedando si una gitana es escritora y nos come la cabeza a todos”. Me piden que vuelva a mi cocina, de donde, según su opinión, no tenía que haber salido. 

Confieso que no he visto el vídeo, no tuve valor para hacerlo. Fue mi entorno y las distintas asociaciones con las que colaboro las que me informaron de su contenido.

Y de nuevo, lo que pensaron que sería una campaña de desprestigio se convirtió en todo lo contrario. Al viralizarlo lo dieron a conocer. Y lleva ocho ediciones.

Me hubiese gustado terminar este artículo contando que mi tercera novela Las cuatro esquinas del mar ha tenido mejor suerte. Pero no ha sido así.

Esta vez su estrategia ha sido otra.

Después de descubrir, a través de una seguidora, de la existencia de un foro donde se proponían diversas ideas de tortura hacia mi persona, tomé las medidas legales oportunas. Pero el mundo de las redes sociales es tan opaco como incierto. Y esconderse en una IP con sede en Singapur parece ser tan fácil como expresar el racismo latente.

Fue en un post de promoción de mi editorial cuando vi el mensaje por primera vez. Un señor ofrecía gratis mis libros en PDF a todo el que estuviera interesado. De nuevo sentí la impotencia de no poder hacer nada. Y duele, duele que regalen tus horas de trabajo, tu esfuerzo, tus sueños. En el momento que calculaban que el tuit podía tener un mínimo de visualizaciones, escribían debajo el ofrecimiento. En unas horas desaparecía, al igual que el perfil del autor.

Ante eso no podía hacer gran cosa. Denunciar y seguir. Lo que más me apesadumbra es el dolor que le causa a mis padres, a los que me quieren, que veían como de nuevo, se atentaba a mi persona tan solo por ser gitana. Me lo dejan claro en todos los mensajes privados que llegan puntualmente cada semana. De nuevo con un perfil que desaparece en unas horas.

La editorial me cuida e intenta protegerme, denunciando todo lo que ve. Ante esto vuelven a cambiar de estrategia. Ahora la gratuidad del PDF de mi libro se ofrece en mensajes privados. Le escriben a todo aquel que interacciona conmigo o me pregunta por los libros.

Soy consciente de que ese odio que me vuelcan en redes sociales, que me hace la vida más difícil, es el que me marca el camino a seguir.

Si antes ser racista estaba mal visto, ahora hay una corriente que no solo lo permite, también lo aplaude y lo apoya. Y ante eso, hay que buscar nuevas formas de lucha, nuevas maneras de cambiar las cosas.

Como maestra siento que el sistema educativo tiene infinitas lagunas por solventar, impregnándose de valores y de un espíritu crítico que hoy en día son más necesarios que nunca.

Tenemos que luchar por crear redes sociales donde nuestros chicos y chicas gitanas se sientan seguros, donde puedan expresarse libremente lo que sienten, lo que quieren y lo que sueñan, sin miedo a que nadie quiera truncar esos sueños.

Para eso hace falta una implicación de instituciones, de todos los agentes sociales, incluidos los medios de comunicación, que fomentan con demasiada frecuencia los estereotipos que tanto daño hacen.

En esta lucha tengo la certeza de que no estoy sola. Que en mi camino voy sumando a personas con un gran sentido de la justicia, con una gran carga de empatía y cariño.

Y me voy encontrando con oportunidades como esta que estás leyendo, donde me dan voz para expresarme, para contar una historia, que hoy es la mía, pero mañana puede ser de cualquier otra compañera que comparta mi lucha.

El antigitanismo necesita de la implicación de todos. Hay que gritar fuerte que somos muchos los que no estamos dispuestos a aceptarlo.

Y la primera medida para luchar contra él, para acabar de raíz con lo que lo sostiene, es alzar la voz.

Y no permitir que nadie nos calle.


Lola Cabrillana es maestra, escritora y activista gitana.

 

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