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Análisis del antigitanismo

procedentes de núcleos chabolistas estigmatizados.

Enclaves que la propia administración responsable

de los realojos contribuyó a crear décadas antes de

proceder a su desmantelamiento para seguir apostan-

do, todavía en estos años noventa, por una fórmula

de concentración de la marca étnica en un punto del

espacio urbano. Fórmula nuevamente errónea y luego

desechada que, no obstante, ahora representará un

acercamiento sin precedentes del marcado colecti-

vo gitano chabolista a las principales intersecciones

y espacios de sociabilidad barrial de Villaverde Alto.

En este caso, como en tantos otros, asistimos a la

emergencia de liderazgos y de egos populistas, como

el de Nicanor Briceño, catalizadores del descontento

vecinal en el cual el rechazo a la estigmatizada y estig-

mática presencia gitana se combina con una más masiva

e indignada percepción de discriminación clasista entre

barrios pobres y ricos, exonerados éstos últimos de

realojos. Este estallido de descontento resulta paradó-

jico para la suerte del movimiento vecinal. Por un lado,

las solidaridades y protestas antigitanas fracturan la

tradición universalista de lucha contra la discriminación

urbana que había nutrido el movimiento vecinal agotado

en la Transición.

Movimiento que ya antes había ofreci-

do, no obstante, sombrías muestras de cierre étnico a

la hora de afrontar la cuestión residencial gitana durante

los grandes procesos de realojamiento que, a principios

de los ochenta, mejoraron las condiciones residenciales

de buena parte de la clase obrera madrileña, mantenién-

dose en cambio la mayoría de los gitanos que partían

de peores situaciones de exclusión residencial en el fur-

gón de cola de las grandes operaciones de vivienda.

Por otro lado, aunque finalmente los manifestantes fra-

casarán, movilizaciones exclusógenas como las de Vi-

llaverde representan una recuperación del marchito mo-

vimiento vecinal; al menos si nos atenemos a los niveles

de movilización a los que se llega frente a los gitanos.

Sucede todo esto además en un contexto más amplio

de proliferación de pánicos morales securitarios, como

el de la crisis de heroína, que desemboca en la expan-

sión de “patrullas ciudadanas” especialmente focalizadas

en escenarios de realojos de población gitana.

En este tipo de movilizaciones se despliegan marcos

de significados, patrones de justicia popular, titulari-

dades de derechos y lógicas de exclusión específicas

del “neoracismo diferencialista”. Dicha manifestación del

racismo se sustentaría, al tiempo que en una sustan-

cialización de las diferencias culturales, en la naturaliza-

ción de la segregación como único modelo que evita

“choques culturales” que se anticipan como inevitables

si quiebran las fronteras y equilibrios tradicionales entre

comunidades. Dominan por tanto en los escenarios de

realojo y de conflicto reivindicaciones vecinales reac-

tivas. Habitualmente se demandará la regresión hacia

el status quo segregativo donde ambas comunidades

conformarían rectas paralelas.

Bajo este patrón general, en los escenarios de realojo

y de conflicto suelen aparecer imbricadas tres lógicas

de exclusión.

En primer lugar, aparece el miedo a

caer, esto es, el extendido temor a la devaluación

del entorno y, por extensión de las propiedades

inmobiliarias, una vez “los políticos” imponen la

coexistencia de colectivos estigmatizados que

reunirían, a su vez, una gran capacidad estigmática

.

En un país en el que la mayor parte de la población

de extracción obrera es propietaria de una vivienda, el

discurso de la incontrolable devaluación del entorno y

de las propiedades constituye una acción estratégica

a la hora de legitimar la exclusión; pero no simplemente

una añagaza etnicista sin fundamento real. La presencia

o anuncio de familias gitanas realojadas, dado

también el potencial estigmático que acumularán las

zonas de las que éstas proceden, suele contribuir a

la desvalorización de la imagen de los barrios en que

éstas se reubican. Basta acercarse a la sociología

urbana para saber que entre zonas cercanas, con

pisos y equipamientos similares, buena parte en las

diferencias en el precio de las viviendas las establece

la presencia o no en alguna de esas zonas de grupos

estigmatizados, produciéndose un “efecto de arrastre

hacia abajo” del cual también se muestran conscientes

los habitantes de estas zonas elegidas para realojar.

En segundo lugar, aparece el discurso de

la triple

discriminación

que experimentaría la mayoría destinada

a asumir realojos

.

En primer lugar, como apuntamos

para el caso de Villaverde, las políticas de realojo se

identifican con la discriminación clasista entre barrios

depósitos invariables de colectivos estigmáticos

y barrios exonerados de cuotas de solidaridad

interétnica. En segundo lugar, la confirmación de

realojos se convertirá en confirmaciones de extendidas

percepciones de abandono oficial. Este discurso se

manifiesta constantemente allí donde la operación

de recambio residencial proyectada se suma a otras

anteriores ya efectuadas en los barrios, sin que existiera

un trabajo social intensivo. También aparece en barriadas

con escasos y precarios equipamientos sociales, esto

es, en lugares con solares o comunidades vecinales

en los que había promesas políticas o expectativas

vecinales (al final rotas) de que se construyeran zonas

verdes, centros de enseñanza, u otros servicios que

mejoraran la calidad de vida vecinal y revalorizaran el

entorno (centros comerciales, etc.). En tercer lugar, la

discriminación negativa es representada como agravios

por la distribución de recursos públicos escasos. La

concesión pública de viviendas a familias gitanas en

un contexto estatal donde mengua drásticamente la

promoción pública de vivienda es juzgada –incluso por

parte de quienes antes se beneficiaron de concesiones

similares– como una forma de trato preferencial por

parte de la administración; discriminación que revierte