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Discriminación y Comunidad gitana 2016

además en un empeoramiento de las posibilidades

de integración y promoción social de la mayoría

culturalmente dominante.

En tercer lugar, aunque estrechamente imbricado con

el anterior, aparece el discurso de

la pobreza desviada.

Se sustenta el mismo en la distinción estratégica

entre “pobres normalizados” –los que valorarían las

oportunidades recibidas y tratan de adecuarse a la

norma de vecindad, consumo y trabajo legitimada–

y “pobres desviados” –quienes no corresponderían a

sus oportunidades de integración y mejora ofrecidas

con un uso adecuado de los competidos recursos

públicos recibidos para este fin–. En estos casos

aparece recurrentemente la batería de tópicos

sobre la incapacidad de la “cultura gitana” para usar

adecuadamente la vivienda y adaptarse al régimen de

convivencia en las comunidades.

De esta manera, una

variante del discurso de la “pobreza desviada” resultaría

el discurso de

los

“dones incompletos”, esto es, “no

correspondidos” con esfuerzos de resocialización

por parte de colectivos a los que, según extendidas

opiniones, se considera como invariables beneficiados

desde la administración sin ofrecer a cambio

modificaciones conductuales y actitudinales que

permitan justificar la inversión estatal a costa de otros

ciudadanos.

Las citadas lógicas de exclusión representan, en muchos

aspectos, manifestaciones de las nuevas relaciones

de interdependencia y competencia interétnica que

promueven los realojos. No obstante, estos discursos

desplegados en las escenas de los conflictos reproducen,

a su vez, los tres elementos más tradicionales del prejuicio

hacia lasminorías, comobien saben losmuchosgitanos que

han sufrido la discriminación en sus carnes. Los primeros

dos elementos, omnipresentes en el caso del rechazo a

la población gitana, serían la “sobre-representación” y la

“asimetría”: la tendencia a juzgar al conjunto del colectivo

a partir de los comportamientos execrables e imágenes

desviantes que proyectan las fracciones menos nómicas

de la minoría, identificándose en cambio la mayoría

excluyente a partir de su sector más ejemplar o nómico.

Esta sociodinámica de la estigmatización se ve reforzada

por las todavía desproporcionadas cifras de personas de

la comunidad gitana en la llamada “cultura de la pobreza”.

Esto fomenta el tercer elemento del prejuicio: el “error

de atribución intrínseca”: la tendencia a incurrir en atajos

culturalistas que llevan a atribuir a particularidades culturales

o idiosincracias grupales previamente sustancializadas

la existencia de comportamientos y rasgos negativos

que, sin embargo, son muchas veces consecuencia de

situaciones y condiciones estrictamente sociales, como

las generadas por la pobreza y la experiencia histórica de

exclusión.

II.

Las distintas condiciones de posibilidad

para movilizaciones antigitanas: las

fórmulas de realojo elegidas

Los riesgos percibidos, así como los agravios interétni-

cos y atajos etnicistas arriba apuntados, son comunes

en los escenarios de realojo. Ahora bien, pese a la ubi-

cuidad del descontento vecinal que generan, no todos

los realojos que implican a familias gitanas reúnen las

mismas posibilidades de desatar movilizaciones. El tipo

de realojo planteado desempeña un papel crítico en las

posibilidades de movilización etnicista.

Aunque tardías y expuestas a retrocesos, las amplia-

mente resistidas fórmulas de realojo de familias gitanas

aplicadas en los últimos treinta y cinco años evolucio-

nan desde los realojos que preservan la marca étnica

–dominantes entre los ochenta y primera mitad de los

noventa del siglo pasado–, hasta fórmulas de realojo

que priorizan el realojo de cupos limitados de familias

gitanas entre pisos de vecindarios mayoritarios asenta-

dos, o entre diversos nuevos receptores de viviendas

sociales –las medidas de realojo más avanzadas a las

que tras acumular experiencias fracasadas de preser-

vación de identidades grupales y de dinero público re-

curre desde finales de los noventa el IRIS madrileño, por

ejemplo– .

Progresivamente descartadas, aunque no sin sombrías

excepciones reactualizadas, dos razones explicarían

el recurso, dominante durante décadas, a tipos de

realojos que preservaban la marca étnica. Por un

lado, en la opción por este tipo de realojos influirán

las relaciones simbióticas que frecuentemente se

dan entre intereses urbanísticos y muchas de las

operaciones de realojo de familias gitanas; aplicadas

precipitadamente después de años de postergación

injustificable de la población recambiada. Lo que

cuestiona en muchos casos la finalidad inclusiva de

estos programas y explica su mal diseño con efectos

perversos sobre las relaciones vecinales. Por otro

lado, en los realojos que preservaban la marca étnica

influirán también las ideas sobre el “multiculturalismo”

y los pobres más y menos adaptables a recursos

normalizados que ponen en juego muchos ideólogos

y técnicos de las agencias de intervención social.

Aunque se cosechaban desde los primeros ensayos

resultados que invitaban a abandonar estos “poblados

modelos” –a los que la prensa de las ciudades poco

tardaba en calificar de “estercoleros”– muchos técnicos

incidían (sobre todo en los ochenta) en la necesidad de

transición-adaptación previa de las familias extraídas

de las chabolas a la “vivienda normalizada”, incluso en

la necesidad de protegerlas del racismo mayoritario

y de otros peligros que erosionaran la identidad, las

costumbres, los ritmos evolutivos, y las preferencias

de las familias a realojar, a quienes frecuentemente